La celebración de los XV años es una renovación de las promesas bautismales y un momento para dar gracias a Dios por el don de la vida, la familia y la comunidad. Aunque esta celebración no es un sacramento, las familias (sobre todo las familias latinas) lo tienen muy arraigado para que juntos en familia celebren esta etapa de vida de la joven.
Al presentar a la quinceañera ante la Iglesia, se debe hacer énfasis en que la persona llega a ser miembro activo de la familia de Dios, testigo de la vida y de los valores de la fe católica. De aquí parten nuevas responsabilidades para la quinceañera, en donde debe comprender el significado de la celebración litúrgica como un llamado a crecer en la fe y en el compromiso con el Evangelio, y estar dispuesta a colaborar en la preparación de la liturgia de XV años, si así lo desea.
Además se compromete a ayudar a la juventud y a su familia, a apreciar más profundamente su identidad y herencia cultural, celebrar el acontecimiento dentro del contexto de la familia y de la comunidad parroquial. Y lo más importante, es mejorar como individuo, adquiriendo nuevos valores, actitudes y aprendizajes; en donde su máximo objetivo sea alcanzar la felicidad y el amor, para poder brindarlos a Dios y sus seres queridos.

Las quinceañeras siempre deben tener presente el caminar de la mano de Dios, dejarse guiar por la personalidad de la Santísima Virgen María, ya que a ella se debe tomar como referencia para caminar hacia el futuro, aunando voluntades, para dar siempre un poco más de nosotros mismos.
En verdad puedo decir que lo importante realmente es estar en ese momento íntimo con Dios, donde la quinceañera agradece por todo lo que tiene y pide por intercesión de la Virgen María a Jesús, ofreciendo ser un ser humano más completa y cercano a la palabra de Dios y aplicando todo ello en la vida como testimonio de su fe.